jueves, 7 de junio de 2012

Primera Lectura (Lectio Divina)

Exodo 24, 3-8
En aquellos días, Moisés bajó del monte Sinaí y refirió al pueblo todo lo que el Señor le había dicho y los mandamientos que le había dado. Y el pueblo contestó a una voz: «Haremos todo lo que dice el Señor». Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano, construyó un altar al pie del monte y puso al lado del altar doce piedras conmemorativas, en representación de las doce tribus de Israel. Después mandó a algunos jóvenes israelitas a ofrecer holocaustos e inmolar novillos, como sacrificios pacíficos en honor del Señor. Tomó la mitad de la sangre, la puso en vasijas y derramó sobre el altar la otra mitad. Entonces tomó el libro de la alianza y lo leyó al pueblo, y el pueblo respondió: «Obedeceremos. Haremos lo que manda el Señor». Luego Moisés roció al pueblo con la sangre, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, conforme a las palabras que han oído».
Reflexión
En esta lectura escuchamos uno de los pactos más antiguos de Israel con el Señor en el cual, ellos se comprometen a obedecer la palabra de Dios y como signo de alianza, es decir, de compromiso solemne, rocían la palabra de Dios con Sangre.

Jesús nos ha invitado a unirnos a este pacto solemne, pero en vez de hacerlo con la sangre de un cordero, este pacto se ha sellado con la sangre misma de Cristo. Por eso, cada vez que comulgamos estamos repitiendo el signo de alianza en el que nosotros, con el “Amén” repetimos las palabra del pueblo: “Haremos lo que Dios diga”. La voluntad de Dios sigue estando expresada en la Sagrada Escritura y todo cristiano, al aceptar el bautismo y la participación en la “Cena del Señor”, está comprometido a obedecer todo cuanto el Señor dice en su Palabra. Sabiendo la dificultad que esta Alianza tiene, Jesús nos ofreció no sólo sellarla con su sangre, sino además, darnos como alimento su cuerpo y su sangre para fortalecer nuestras vidas en el cumplimento de su Palabra.

Así que en la Eucaristía al mismo tiempo que sellamos la alianza con el Padre y nos comprometemos a vivir conforme su Palabra, Jesús nos da, en su cuerpo y su sangre, la fuerza para poder realizar en plenitud esta alianza.

Acércate con frecuencia a este sacramento del amor de Dios pues, la alianza lleva consigo una promesa de vida eterna, cumplirla a cabalidad es la garantía de que esta promesa será nuestra, y además, al comer el cuerpo y la sangre de Cristo, nuestra vida humana llega a su plenitud en el amor de Dios.
Oratio
Señor Jesús, que has querido prolongar tu presencia en medio de nosotros, tu iglesia, como alimento que perdura para la vida eterna, enséñanos a desear participar de tu mesa en donde se nos da el Pan de vida y el Cáliz de salvación, para que al pregustar la vida del cielo, merezcamos gozar del Banquete eterno, donde tú, junto con el Espíritu y el Padre, son don y bendición infinitas por los siglos de los siglos. Amén.
Operatio
El día de hoy dedicaré un buen tiempo para adorar al Señor en su presencia real ante el Santísimo Sacramento del altar.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro
Evangelio

Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?" Él les dijo a dos de ellos: "Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: 'El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?' Él les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena". Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen: esto es mi cuerpo". Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: "Esta es mi sangre, sangre de la alianza que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".

Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos.
Reflexión
En medio de un mundo inmerso en un hedonismo profundo que solo ve por el cuidado del cuerpo, es fácil que vayamos perdiendo de vista que somos seres espirituales y que de la misma forma que tenemos cuidado de la salud de nuestro cuerpo, debemos tenerlo también de nuestra alma. Jesús hoy nos propone su cuerpo y su sangre como un alimento que “da vida”. Lo maravilloso de este alimento es que la vida que nos da va más allá de lo que normalmente la comida material nos proporciona, pues esta comida nos hace tener la “vida en abundancia”, que en palabras de san Pablo estaría referida a una vida llena de paz y gozo en el Espíritu Santo. Sí, hermanos, el comulgar frecuentemente llena nuestra vida de una paz y una alegría que nada ni nadie sobre esta tierra nos puede dar. Es la comida que fortalece el alma y la hace anhelar con ansia el encuentro amoroso con Dios.

Por otro lado, este evangelio nos recuerda que el no comerlo direcciona nuestra vida hacia la enfermedad espiritual, que es el pecado mortal y con ello pone en peligro nuestra vida eterna y arruina nuestra existencia en la tierra. Así como se enferma una persona que no come diariamente, así también se enferma quien no comulga con suficiente frecuencia. Es por ello que en nuestra comunidad vemos tanta gente deprimida, triste, angustiada, puesto que estos son algunos de los signos visibles de la vida en pecado. Jesús nos dejó un manjar para disfrutar nuestra vida, no lo tengamos por menos.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro