martes, 24 de julio de 2012

Primera lectura 24 de Julio 2012

Primera Lectura (Lectio Divina)

Miqueas 7, 14-15. 18-20
Señor Dios nuestro, pastorea a tu pueblo con tu cayado,
a las ovejas de tu heredad,
que permanecen aisladas en la maleza,
en medio de campos feraces.
Pastarán en Basán y en Galaad
como en los días de antaño,
como cuando salimos de Egipto
y nos mostrabas tus prodigios.

¿Qué Dios hay como tú, que quitas la iniquidad
y pasas por alto la rebeldía de los sobrevivientes de Israel?
No mantendrás por siempre tu cólera,
pues te complaces en ser misericordioso.

Volverás a compadecerte de nosotros,
aplastarás con tus pies nuestras iniquidades,
arrojarás a lo hondo del mar nuestros delitos.
Serás fiel con Jacob y compasivo con Abraham,
como juraste a nuestros padres en tiempos remotos,
Señor, Dios nuestro.

Reflexión
El profeta Miqueas termina con esta hermosa oración, de estilo sálmico, para recordar al pueblo que tiene un Dios lleno de misericordia y que, aunque ante su vista sólo vea despojos y una vida dura para reconstruir la unidad, el Dios que los escogió como pueblo de su propiedad los reconstruirá, pues finalmente él es el pastor de Israel y siempre se ha preocupado de ellos.

Con estas palabras nos hace recordar también a nosotros que somos pecadores, que si regresamos a él de todo corazón y con toda el alma, él no se acordará más de nuestros pecados y mantendrá con nosotros su promesa de fidelidad y misericordia. Para nosotros, los hombres del Nuevo Testamento, podemos tener, aún más que en el AT, una confianza en la misericordia de Dios, cuando recordamos aquellas palabras de san Juan: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él tenga vida eterna". Por eso, cada vez que levantamos nuestros ojos hacia la cruz, podemos contemplar en ella la expresión más clara de la misericordia de Dios por nosotros. Jesús en la cruz se hizo misericordia por ti y por mí para reconstruir nuestras vidas en el amor.

Podremos dudar de muchas cosas en el mundo, pero del amor de Dios por nosotros, jamás.

Oratio
¿Cómo podré agradecer tu amor, Señor? Si éste me abruma y sobrepasa mis capacidades y entendimiento. Gracias por ese amor y misericordia, lo único que se me ocurre es ofrecerte mi vida, la que tú mismo me diste, como símbolo de gratitud. Es mi decisión que mi vida te pertenezca, por eso, con San Igancio de Loyola te digo: Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo lo que tengo y poseo, tú me lo has dado y a ti, Señor, lo devuelvo. Todo es tuyo, haz con ello lo que quieras. Sólo dame tu amor y gracia, que eso me basta.

Operatio
Hoy seré muy consciente de que cada cosa que soy y poseo le pertenece a Dios y le daré gracias por ello.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

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